Si tú no puedes

Como a todos, a Daniel le gustan los paquetes que guardan objetos desconocidos, esperar la sorpresa que encierran. De pequeño abrirlos (con mucha ayuda prestada, claro), le encantaba. Como a todos, la vida le ha ido haciendo más consciente de sus limitaciones y algunas no las lleva demasiado bien, creo, porque de alguna manera intentar sobreponerse a ellas ha dejado de ser un juego, y algunas de las dificultades físicas de su cuerpo le frustran un poquillo. Se le nota, lo traslucen sus gestos y la expresión de su cara. Siempre ha tenido impreso en su cerebro el patrón de andar, aunque no pueda hacerlo. Pero no es la ausencia de marcha a pie lo que más parece molestarle, sino su imposibilidad de manipulación con las manos. Hasta el punto de que a veces se diría, por sus gestos, que le da «repelús» tocar el envoltorio. Poneos en su lugar. Pensadlo.

Así que hay que rodear el asunto y buscar formas de no renunciar al placer lúdico de abrir un paquete. No es difícil tampoco, porque mi sobrino es un tipo voluntarioso a tope para lo que le interesa y también una persona con una gran-gran capacidad de disfrutar . Ayer me esperaba con estos dos estupendos y chulísimos regalos que os enseño con «mucho orgullo y satisfacción». Estaban envueltos, claro. Le mostré primero todo mi sincerísimo agradecimiento y contento, sin evitar cuanto aspaviento supe, porque así le hacía partícipe fácilmente de mi estado de ánimo. Daniel se puso un poco nervioso, bueno un poco mucho. Besos, besos, y vamos a abrir este paquete, ta chan, redoble, uy qué difícil, ya tenemos un celo fuera, ta chán ta chán, ¿conseguiremos abrir el otro lado?, ¡sí, señores!, queda el último reto, mira Daniel, ya lo tenemos, ta chán, pero ¿qué hay aquí dentro? ¡madre mía, qué colgante tan precioso, qué fular tan bonito! ¡cómo habéis acertado!, ¡qué contenta estoy!, muchas gracias, muchas gracias a los tres, pero sobre todo a Daniel, por supuesto: gran bote en la silla (no sé cómo lo hace…) y enorme risa de mi sobrino, al que, en fin, casi me como a besos y abrazos.

Yo fui sus manos, claro. Pero la emoción y la alegría y el cariño fueron de los dos, por extensión de todos. El lenguaje y los gestos lo hicieron posible. Y la confianza y la complicidad.

Luego nos tocó sesión vespertina musical de ir atemperando emociones, para que las tareas cotidianas fueran posibles.

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