Estos días Daniel ha estado un poco pachucho. Pilló un catarro morrocotudo (o gripe, no sabemos muy bien). Ya veis la carilla que tenía la otra tarde. Ya está mejor. Pero se lo ha contagiado a su padre, que, basándose en fatal que él se está encontrando, no hace más que decir lo mal que lo ha tenido que pasar Daniel, pobrete.

Cuento esto para acercaos la experiencia de cuidar a alguien que no te puede contar cómo está, de tener que dispensar ese cuidado con todo el amor, pero bastante a ciegas, aunque con el tiempo y la cercanía hayas aprendido a interpretar cada mínimo gesto, cada expresión.
También quería contarlo para señalar la complejidad de nuestro sistema nervioso. A Daniel, por la espasticidad muscular, le cuesta hablar. Pero, en medio del dolor, cuando empezaba su proceso catarral a partir de un fortísimo desarreglo estomacal, gritaba de una forma totalmente clara: ¡la tripa, la tripa, ahhh!. Como todos, parece que Daniel tiene automatizado a nivel cognitivo los mecanismos del habla, aunque sus músculos no den salida oral a esa construcción de pensamiento. Algo que hemos ido constatando en diferentes formas a lo largo del tiempo.

Las fotos de la sonrisa de Daniel son de una tarde anterior. Está ahora muy empeñado en el asunto de silbar, y estuvimos viendo y escuchando vídeos sobre … ¡el silbo gomero!, ¡toma!. Pero no creáis, vídeos en los que no sólo se escucha el silbo gomero; qué va, eso no vale. Nos vimos no sé cuántos vídeos tutoriales de Rogelio Botanz, cuyas explicaciones mi sobrino escuchaba con una atención y alegría de pásmate Nicolás. Al final de la clase -larga, sí-, ya empezaba yo a verle colocar la lengua, olvidarse de los dientes … Y me acordaba de cuando él y sus padres fueron a la terapia con delfines, y volvió charrando bastantes palabras … Cómo un día de estos le oiga silbar a lo gomero… vamos.