La mujer ha aparcado en un calle
junto a la arena.
Baja del coche y, sin prisa,
saca y despliega la silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien las piernas.
Se aparta unos cabellos de la cara
y, mientras siente cómo ondea su falda,
va empujando la silla de ruedas hacia el mar.
Entra en la playa por el pasadizo
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se detiene.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y, de espaldas al agua, va arrastrándolo
mientras los pies inertes del muchacho
dejan dos surcos tristes en la arena.
Lo ha llevado muy cerca de las olas
y lo deja en la arena para volver atrás
a recoger el parasol y la silla de ruedas.
Estos últimos metros. Siempre faltan
los malditos, terribles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena. Ni en el sol.
Ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
Estos últimos metros
son el amor. Su soledad.
(incluido en el libro «Se pierde la señal», Joan Margarit. Visor, 2013)
p.d. La tristeza no la causan los pies inertes, sino su arrastrado surco en la arena y la ignorante indiferencia de los demás.
Conmovedor poema de Margarit, cierto es todo lo que cuenta y muy acertada tu entrada con él. A ver si nos sensibilizarnos todos de que las dificultades de los otros y la indiferencia ante la ayuda nos empequeñece a todos como género humano. Está muy guapo Daniel en ese caballo.Abrazos
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Certero y cierto…
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Es precioso el poema. Y todavía más tu puntualización.
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