Dandy Daniel

Hace ya unos cuantos días que fue mi cumpleaños. No fue un gran día, sumida en una catarata de pañuelos de papel y hackeada por la fiebre. Está siendo un mes de abril no muy florido para mí, voy todavía un poco a rastras. Por eso ando con cierto retraso en casi todo. Pero hay cosas de las que suceden en un tiempo concreto que al fin y al cabo son atemporales. O que su significado cabalga por encima del tiempo, por muy rápido que haya sido su transcurso. Lo que quiero compartiros todavía me hace reír.

Dos días antes de mi cumpleaños, fui a casa de mi sobrino. Mientras estoy entrando, oigo a mi hermano que dice: ¡Anda, anda, que parece un perchero! ¿Qué pasa?, digo. Pues que como no sabíamos si nos veremos el día de tu cumpleaños, Daniel tiene algo para ti, me explica Inma. Veo en el salón a mi sobrino, con una gran bolsa de plástico colgando de su hombro. ¿Pero, qué es eso que llevas Daniel, con tanta donosura y galanura?, le pregunto. No sé si es que conoce estos conceptos o si fue mi tono jacarandoso de voz, que el chaval empieza a reírse a carcajadas. ¿Es para mí, esto que sujetas tan bien? ¡Sí! ¿Y tengo que abrirlo? ¡Sí! ¿Y me vas a ayudar? Aquí cara de “ya ves, Honorato” – es decir, labios juntos, rictus de asquito, una casi perfecta imitación de la caricatura que hacía Rosa María Sardá en televisión, aunque no la haya visto nunca, ni sepa, creo, quien fue esta grandísima de la escena. Y es que a Daniel, lo de abrir paquetes le da repelús. De muy pequeño, no, pero llegó un momento en que empezó a negarse a tocar papeles satinados y cosas así. Tampoco el ruido de desenvolver le hace mucha gracia. Así que cara de “ya ves, Honorato”, aunque conseguí que introdujera su mano, guiada por la mía, para extraer el paquete que contenía la bolsa de plástico. ¿Qué será estooooo?, preguntó en plan Gabi. ¡Sí!, dice él. ¿Sí, qué?, pues lo abro. ¡Sí!, insiste, liberado. ¡Un bolso, toma, pero qué bonitoooo, Daniel!, me encanta, ¡de verdad! (y me encanta, de verdad, lo estoy llevando con gran contento) ¡Qué buen gusto! ¿Quieres probártelo tú primero, para que veas lo chulo que queda? ¡Sí!, me suelta para mi sorpresa. Le cuelgo el bolso del hombro, y la cara se le ilumina con esa sonrisa que da de comer por una semana a quien la ve. ¡Y qué bien te queda a ti!, le digo. Más que sonrisa. Pero si es que vas conjuntado con el bolso (y así era, aunque fuera en ropa de casa); es que todo te queda bien, Daniel, ¡menuda percha! Si te vieran los del Hola, ibas a ser portada, qué decimos del Hola, del Vogue francés ibas a ser tú portada como te descubran. La sonrisa que quita el hambre para una semana se va transformando en la risa abierta y generosa que da de comer para un mes, esa risa que es como un paraguas que protege y alivia de casi todo mal. Hasta que tenemos que pararla, si Daniel llevado por su propia inyección de dopamina se niega a cortarla, porque se vuelve peligrosa.

En fin, sabed que mi sobrino es bastante presumido. Que, aunque suela vestir deportivo, no lo hace de cualquier manera. Y que cuando “se arregla” (o le arreglan, que es como él se arregla), su elegancia se manifiesta con tanta naturalidad como detalle. Sabed también que uno de sus aficiones preferidas es ir de tiendas y ver cómo vamos acumulando prendas para él, ja ja. Últimamente, estamos muy agradecidos a la tendencia deportiva que domina la moda en general: nos facilita mucho encontrar ropa adecuada y chula estéticamente para Daniel, ya que su espasticidad complica bastante la tarea de vestirle; así que las prendas blanditas y amplias, de cintura flexible, son una bendición. A ver si dura.

En fin, sabed que ninguna avalancha incontenida de mocos, ninguna fiebrecilla, pudo tumbar la estupenda sensación de precelebración cumpleañera con Daniel.

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