Imaginad que pudierais tocar, por ejemplo, vuestro corazón, con la misma naturalidad y facilidad que nuestra nariz o nuestro pelo. Sabemos que tenemos corazón, lo podemos escuchar, lo imaginamos, pero si pudiéramos alcanzarlo con las puntas de los dedos no dejaríamos de sentirnos un poco extraños y sorprendidos. Daniel tampoco puede tocar su corazón, pero le ocurre lo mismo con su nariz, sus orejas, su boca, su frente, un pie … Se lo impide la espasticidad y la cuadriparesia. Como tiene unos brazos muy largos, le es relativamente fácil tocarse una rodilla, por ejemplo. A los pies no llega, por supuesto, pues tampoco tiene a su alcance flexionarse lo suficiente. La ausencia de motricidad fina no le deja atinar bien con los diferentes órganos que alberga su cabeza ni explorarlos por sí mismo más allá de un breve contacto. Por eso, cuando te conviertes en su ayuda movilizadora, y le diriges la mano al pabellón auditivo, lo recorres exteriormente en su forma, o le acercas la punta de los dedos a sus labios, a su lengua, cuando le ayudas a revolverse el pelo, siempre aparece su expresión de sorpresa, mezcla de alegría y cierta extrañeza. De vez en cuando, hacemos este ejercicio de reconocimiento, que me parece necesario para su afirmar su autoconciencia (aunque no le falte en absoluto). Solemos acompañarlo de música, porque así lo convertimos en una forma de danzar, en una manera de desafiar a la inmovilidad, de ocupar conscientemente el espacio. De otra forma, es algo que va en el mismo sentido a este ejercicio de asociación que forma parte del magnífico catálogo de ARASAAC: https://arasaac.org/materials/es/1176