Supongo que sigue siendo complicado, incluso para la neurología y la psicología, comprender bien por qué hay temas y actividades que nos atraen mucho más que otros, por qué saber sobre ellos o realizarlos nos genera bienestar y sensación de alegría y cierta plenitud. Sobre todo cuando intercambiamos ese conocimiento o actuamos en compañía. Con Daniel compartimos inclinación común por bastantes cosas: el teatro, los títeres, la música, los relatos, la geografía, la geología, la historia, la astronomía… Así que nunca nos cuesta encontrar tema para divertirnos.

No sé por qué a Daniel le interesa tanto, a su manera, el tema de la astronomía, de los viajes espaciales. Tampoco puedo saber qué entiende exactamente de todo ello o en qué manera, puesto que no tengo feedback oral. Pero, no importa mucho, puedo intuirlo por otros caminos, y, sobre todo, nunca rechaza la propuesta de que hablemos de ello, le chifla jugar a ser astronautas y realizar viajes intergalácticos.
Hace unos días comentamos el eclipse de luna último, que desde nuestra ciudad no pudimos ver bien a causa de las nubes. Le expliqué esto mismo, y también repasamos en qué consiste el eclipse de luna, y por qué a este que no pudimos ver se le llama «luna de sangre». Estaba encantado. Yo supongo que todas estas nociones más o menos las conoce, porque en los años de colegio se las participaban.
Entonces se me ocurrió preguntarle si sabía cómo se había formado la Luna, y si quería que lo contásemos. Por supuesto, dijo sí, y yo empecé muy lentamente todo el relato de la formación del sistema solar, la presencia de aquel planeta gemelo al nuestro, Theia, contra el que chocamos, y cómo un pedazo de Theia se nos incrustó en el núcleo y cómo la Luna se fue formando a partir de todos los derrubios que resultaron del magnísimo choquetón, orbitando alrededor de la Tierra. Daniel abría los ojos muchísimo y repetía, en su lenguaje entusiasta, mis palabras, como apropiándose del relato, internándose en él con una alegría iniciática. Siempre me sorprende.
Le pregunté si completábamos nuestro cuento científico con algún vídeo de Youtube que nos lo contase con más rigor. Por supuesto, estuvo de acuerdo. Nos vimos el vídeo, que Daniel siguió con idéntico entusiasmo y atención.
También os digo que completada la información en sus vertientes seria y de relato épico, mi sobrino sentenció ¡Hipo!, lo cual, como imaginaréis quiénes ya le conocéis indica con claridad la contraseña para volver a la música, de Brahms, por supuesto. Pero ya se sabe que música y universo van de la mano.