Hoy Gran Daniel cumple veintiséis añazos, y su madre le ha preparado esta marcha “en globos” hacia el centro de día. Escribo la cifra en letras para que me dé menos susto. Tened en cuenta que no pesaba ni dos kilos cuando nació, y ahora es más alto que yo. Han ocurrido tantas cosas en estos años, y me refiero solamente a cuanto tiene que ver con él, no sumo todas las demás que han sucedido en nuestro entorno y nos han sucedido, incluida esta consciencia cada vez más elocuente del tiempo que pasa y pesa para todos.


Daniel y sus padres han celebrado este cumpleaños por todo lo alto, acometiendo el cambio de mobiliario de su habitación, que ya hacía falta. Pero, justamente hace pocos días, tuvieron momentos de cierta preocupación. Mientras estaban comprando, Daniel se atragantó de la risa. El atragantamiento es uno de los riesgos que presenta la espasticidad, consecuencia de la parálisis cerebral. A Daniel, reírse le mola mucho. Por la dopamina, claro. Son todo esto cositas que explicamos lo mejor que hemos sabido en un próximo libro. Lo que le ocurrió el otro día es un ejemplo de estos procesos, que son muy complicados de controlar. Como le encanta la sensación que le produce la risa, llega un momento de pico en que se altera la respiración. A ello le acompañó un pequeño retorno del contenido digestivo, que en parte fue a parar indebidamente a los pulmones. Y zas, problemilla. Esta vez no fue tan serio el atragantamiento como otras, en las que Daniel tuvo que estar hospitalizado algunos días. Tuvo algo de fiebre, eso sí, y al día siguiente andaba un poquillo derrotado. Pero, enseguida reaccionó al antibiótico que le recetó su médico de familia para evitar una posible infección.
Como no fue a Los Pueyos ese día posterior al episodio, estuve acompañándole a él y a su madre en casa toda la mañana. Y lo que en realidad quería contar como anécdota para celebrar este cumpleaños, es que mi sobrino, cuando está malillo (y en bastantes ocasiones, en verdad, es lo que tiene jugarse la sobrevivencia casi a cada minuto) es un “aprovechategui” en toda regla. Mientras estaba descansando acostado, después que volvimos de la consulta del médico, me tuvo un buen rato haciéndole masaje en la espalda. Eso sí, su cara de bienestar y agradecimiento te encandila inevitablemente, qué le vamos a hacer. Luego le dio por querer ver fútbol. Vale, partido del Barça-Madrid. Y luego, el tipo va y suelta con insistencia, “i-o, i-o”. Esto en la lengua danielina, pueden ser varias cosas. Como últimamente está bastante blandiblú y mimoso, le pregunté si quería “mimos”, o sea un abrazo fuerte y un estar bien apegados. Me dice que sí rotundamente. Vale, abrazo-abrazo. Pero resulta que sigue reclamando “i-o”, y entonces ya entiendo perfectamente que lo que quiere es escuchar el himno del Barça. Pues nada, himno en bucle. Aunque os digo, que ascos a los mimos no les hizo. Dos por uno, oye, aprovechando.
Ayer a Daniel le trajeron nuevos muebles para su habitación. La renovación no estaba necesariamente prevista para que coincidiera con su cumpleaños, pero ha resultado así de oportuna. Sus padres, bien cansados, estaban muy satisfechos y contentos con el trabajo hecho. Y Daniel ya hizo su primera siesta en su nueva cama. Pareció aceptar bien el cambio. Luego, como prolegómeno a la celebración de hoy, le narré cómo fue la primera vez que le vi: en brazos de una enfermera, tan tan pequeño, con un gorrito verde hospital, pasando a toda prisa por un pasillo camino de la incubadora; supe que era mi sobrino porque entonces se parecía muchísimo a su abuela. Inma confirmó que, efectivamente, a ella le dio la misma impresión. Y Daniel se reía oyendo esta historia de su llegada al mundo. ¡Feliz cumpleaños, chaval, todo nuestro amor, bien lo sabes!