Rápido, pero no tanto

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Imaginad que tenéis un problema de holgura con una rueda del coche. Os preocupáis. Vais al taller, y hay que cambiar los trapecios. Hacen la consulta y os dan un fecha de dos meses aproximadamente para que lleguen las piezas. Entiendo que no os parecería aceptable. No sería ni de lejos un servicio post-venta y de mantenimiento dentro de los estándares válidos. Y si usáis el vehículo para el trabajo, sería un verdadero descalabro.

Puestos en situación, os cuento. Hace poco más de quince días, voy a casa de Daniel. Como estaban solos él y Jorge y era hora de baño y demás, abrí con mi llave. En medio del vestíbulo me encuentro una rueda de la silla de Daniel, mientras al fondo del pasillo, en su habitación, oigo refunfuñar a mi hermano, a quien veo atareado en medio de las dos sillas, la de uso habitual y la vieja, conservada por un por si acaso. ¿Qué ha pasado?

Al bajar a Daniel del autobús, he visto que venía la rueda derecha casi flotando en el aire: ¡cuidado, cuidado!, le he gritado al conductor, que la rueda se va a tomar por… Nadie sabe qué ha pasado, pero la rueda venía casi suelta, porque no estaba encajada esta pieza.

Esta pieza se llama “eje de cierre rápido”, creo que les sonará a los aficionados manitas de la bicicleta, y ha sido motivo de una larga odisea que duró quince días. Para empezar, menos mal que, en efecto, está guardado el chasis viejo de silla. Daniel no va igual de bien posicionado en la silla antigua, entre otras cosas, porque es un poco más pequeña y mi sobrino parece no parar de crecer nunca. Pero, es lo que hay, y menos mal, porque si no llega a ser así, Daniel se queda encamado durante varios días.

Procedido el cambio de asiento y respaldo desde la silla averiada a la vieja, para que Daniel pueda acomodarse en ella, Jorge se dedica aquella tarde a intentar contactar con el ortopédico de cabecera. No lo consigue hasta pasadas las ocho de la tarde, así que será al día siguiente cuando se dirijan a la ortopedia, pieza en mano, y con Daniel en la silla vieja, para que al menos le acomoden mejor a sus necesidades posturales actuales algunos accesorios.  Además, el ortopédico hace la consulta al proveedor: la pieza nueva puede tardar unos dos meses en llegar: traerme la silla, a ver si mientras tanto, puedo hacer un apaño, termina la visita. El apaño no dio resultado. Voluntad personal no faltará, pero, coincidiréis en que la cadena comercial del negocio de la ortopedia deja bastante que desear, sobre todo teniendo en cuenta que estamos hablando de instrumentos imprescindibles para la vida de las personas que los utilizan. Dos meses nos parecen muchos para que Daniel no vaya bien acomodado de postura: no es bueno para su columna, ni para su cadera, y además en la antigua silla le resulta más fácil llevar a cabo sus numeritos de colgarse lateralmente, meter la cabeza por detrás del reposa idem, etc… Un peligro andante en algunos momentos del día, como los ratos de transporte en el microbús por carretera, que tiene que realizar para ir y venir del centro diurno.

El padre de Daniel es muy terco y discurridor. Se puso a bucear por Internet. Encontró al distribuidor oficial en España de las sillas Quickie. Quería preguntarles si había alguna forma de aligerar la llegada de la pieza. El relato de mi hermano de la conversación telefónica es para reír al estilo Gila, si no fuera por lo revelador qué es acerca de cómo el ámbito del negocio ortopédico se rige exactamente por las mismas leyes especulativas, restrictivas, monopolísticas y demás que el resto. Ninguna información. Jorge no se da por vencido, e incluso consigue contactar vía mail con la casa original de las sillas en USA, aunque la solución a medias finalmente ha estado más cerca, en Gijón, en un distribuidor que tenían esos ejes de cierre rápido para las sillas Quickie, eso sí, fabricados en China. Y digo a medias, porque tras dos envíos consecutivos de ejes de en dos medidas diferentes en unos milímetros, ninguna de dichas piezas conseguía que la rueda quedase ajustada.

Y nada, pues que estamos en el mundo del hágaselo todo usted mismo, que lo único que tiene de bueno es que aguza el ingenio. A Jorge le dio por pensar que, siendo los dos chasis de silla de la misma marca y muy similares, aunque las ruedas fueran diferentes, el sistema de encaje tenía que ser igual o casi. Así que, al final, desmontó la rueda de la silla vieja, extrajo el eje de cierre rápido y se lo encasquetó a la silla actual, y ¡voilá, rueda bien ajustada! También, revisando, revisando, encontró una letra pequeña en la web del suministrador asturiano advirtiendo que a veces había que insertar alguna tuerca o arandelas para corregir las medidas de ajuste de la pieza que, fabricada en China, no es exactamente igual que la del fabricante original: total, puro bricolaje de toda la vida, pero pasando por variadas vicisitudes y geografías.

A todo esto, y para finalizar (disculpad el largo relato), tened en cuenta que estamos hablando de bichos cuyo precio andará en torno a los tres mil euros (el chasis, o sea la estructura, nada más), a lo que hay que añadir asiento, respaldo, cinturón, reposa cabezas, reposa pies, taco abductor: al final, unos ocho mil euros más o menos: se puede comprobar en las diversas webs. Y yo, mientras veía a mi hermano darle vueltas y desgañitarse por desenredar la complicación del asunto del “eje rápido”, pensaba en la banalidad e injusticia de un mercado, que trata las necesidades ortopédicas de las personas con discapacidad peor que las de un automóvil.

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