Cuentos de verano

Ya se sabe que los buenos relatos mantienen su capacidad de atraparnos cuántas veces regresemos a ellos. Como escuchador avezado que es, mi sobrino Daniel, con su desarrollada facultad de atención reiterada sobre las cosas, resulta un juez absolutamente fiable para valorar si, en efecto, una narración posee esa virtud.

Buscamos fundamentalmente versiones o adaptaciones, infantiles o no, que presenten claridad suficiente en la exposición del relato y también la dicción (no importa el acento – a Daniel, a menudo, suelen captarle muy bien los acentos diferentes al propio nuestro).

En la calurosa tarde de ayer, después de repasar un par o tres de ineludibles versiones de la Danza Húngara número 5 de Brahms, y de dedicarle un rato (no muy largo, que hace calor) a la historia del tren en España, transitamos con gran felicidad por las historias de Guillermo Tell (le chifla absolutamente a Daniel), el Flautista de Hamelin y la leyenda de Teseo y el Minotauro. No me resisto a compartir algunas de las expresiones con que mi sobrino iba acompañando el discurrir de los relatos. No sé si se entenderá, pero ¡cuánta felicidad puede darnos la literatura y cuánta vida!

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